En el último post escribí sobre las emociones primarias, en este me toca hacerlo sobre dos secundarias, la vergüenza y la culpa. Estas emociones van a depender del juicio que cada uno de nosotros hacemos sobre nosotros mismos en cada momento y aparecen cuando la valoración que hacemos de nuestro comportamiento es negativa, Veamos para qué nos sirven.
La vergüenza: nos lleva a parar de hacer aquello que estamos realizando o a no hacerlo directamente. Por lo tanto, tiene una función social, pues regula como nos comportamos delante de los demás, evitando llevar a cabo comportamientos inadecuados en público. Es muy indiscreta, rápidamente se nos ve si estamos avergonzados. La conducta manifiesta tiene unas características muy claras y somos capaces de reconocer fácilmente a una persona que está sintiendo vergüenza, por ejemplo, aumenta la
sudoración, enrojecemos, tenemos dificultades a la hora de hablar delante de los demás.
La vergüenza, por sí sola no es mala, se aprende a partir de la manera en que nos corrigieron cuando éramos pequeños. El problema surge cuando la forma en que nos corrigieron iba acompañada de castigo o de palabras inadecuadas que pudieron quedar almacenadas en nuestras redes neuronales y que actualmente se activan cuando sentimos vergüenza. En estos casos podemos sentir vergüenza ante numerosas situaciones en las que no habría porque sentirla, en este caso se convierte en un problema para la persona que la siente, se hace patológica.
Pongamos un ejemplo, imaginemos la situación en la que un niño va corriendo se cae en un charco de barro y se mancha. Es diferente si al niño le decimos: “ten cuidado, no debes de correr tanto, ahora tu ropa se ha ensuciado”; a si le decimos: “ten más cuidado torpe, te has manchado la ropa y ahora todo el mundo se va a reír de ti, es que pareces tonto”. En el segundo caso el niño además de aprender a sentir vergüenza, aprende que es torpe, un hazmerreír y que es tonto. Si esta situación se repite en el tiempo, surgirá en el niño una vergüenza patológica, con dificultades para exponerse a los demás, acompañada de las creencias nucleares “soy tonto”, “no valgo” . Estas ideas son las que acompañan a la persona en su diálogo interno y que no le permiten disfrutar de su día a día, generándole un gran malestar psicológico.
La culpa: aparece ante acciones concretas que realiza la persona, y depende más del juicio negativo que uno hace sobre sí mismo, que de la opinión de los demás. Es un proceso reflexivo, se da un diálogo interno entre nuestra parte crítica con nosotros mismos. El grado del culpa que sentimos suele depender del daño que hemos causado. A mayor daño, mayor culpa sentimos.
Como podemos imaginar la culpa también está relacionada con nuestra crianza. Es probable que alguna vez nos hayan dicho algo similar a “¡vístete rápido! Por tu culpa vamos a llegar tarde” o “un niño coge un jarrón y se le cae. Decimos ¡por tú culpa se ha roto el jarrón! Estamos muy enfadados contigo”. Comentarios como estos en la infancia nos llevan a interiorizar la culpa y poco a poco nos vamos sintiendo culpables de todo aquello que no sale bien a nuestro alrededor.
Es interesante diferenciar entre responsabilidad y culpa. Detrás de la culpa hay una “intención de hacer algo”, mientras que detrás de la responsabilidad “no hay intención de causar daño”. Podemos diferenciar si somos responsables o no de lo ocurrido y elegir modificar nuestro comportamiento. Por otro lado, enseñar a los niños a ser responsables de sus conductas pero no a ser culpables de las cosas que ocurren. En el caso anterior, el niño es responsable de la caída del jarrón, pero no es culpable de su rotura, pues no tenía intención de romperlo.
La culpa se diferencia de la vergüenza en que es más discreta, de manera que es posible que los demás no puedan saber que nos estamos sintiendo culpables. Otra de las diferencias que tiene es que cuando nos sentimos culpables no dejamos de hacer cosas, sino que buscamos acciones que reparen el daño causado, para poner remedio a la situación y al malestar que estamos sintiendo.
Estas son algunas de las emociones secundarias más importantes en nuestras vidas, pues en muchas ocasiones la dirigen. Cuando una emoción se apodera demasiado de nosotros y no somos capaces de regularla por nosotros mismos, buscar la ayuda de un profesional que nos guíe en la tarea de comprenderlas para regularlas puede ser una buena idea.
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